¡¡Qué gustazo!! Dijo el gran alimentador de peces. El director del Instituto sólo observaba desde su despacho toda aquella gente que llegaba y salía. Los funcionarios se encontraban muy concentrados en sus tareas, pocas veces se permitían alguna que otra conversación gratuita. El fin de semana hacía promesa de buenísimo tiempo. El mar...perfecto. Miles y millares de personas venían a ver al alimentador de peces. Un tipo sencillo. Una buena persona. "Un tío majo", decían los más allegados. No vive transitoriamente el alimentador. Buscaba todos los días una forma de contribuir con la felicidad ajena. Tenía ya sus cincuenta y tantos, "bien disfrutados" - él mismo lo comentaba. Se dedicó a la naturaleza, al mar, a su mundo marino. No constituyó família. Tubo un único amor. Infelizmente su compañera falleció hace ya unos quince años. No supo muy con seguridad la causa. "Se puso mareada y no salió más del hospital". El alimentador no se cansaba de hablar a la gente que ella -su mujer- necesitaba marcharse: "cosas del Señor". La primera noche se emborrachó hasta perder la consciencia. La segunda noche igual. La tercera noche sólo se distinguió de las dos primeras porque sabía pronunciar su nombre. Aunque nada más ponerse tumbado en la cama sufrió un coma. Dos meses en el hospital y cambio de vida. Volvió a respirar la vida, "pero llevando muletas", afirmó al primero que encontró en el supermercado del barrio. El alimentador de peces. Así que como que de un ritual se tratase todos los días a las 04.50 se despertaba. A las 05.00 ya tenía sus oraciones realizadas. Acumulaba energía positiva para el entorno. A las 05.30 salía a caminar en la playa. Durante muchos años salía a correr, hoy por hoy ya no. "Me tomo todo ahora con calma". Al final de la camminata se iba a desayunar con su amigo de toda la vida -el que fuera cómplice del amor por tal mujer- el señor Albano. Muchos niños se burlaban de él por su nombre. Albano (luego estamos con él). Se quedaba con su amigo hasta el comienzo de la jornada laboral, a eso de las 08.30. Muy amigos. Luego empezaba su fascínio. Encantar a los peces. Lo hacía de miedo. Con sobrada experiencia. Un modo extraordinario de llevar a la gente. Tacto de los genios. Sí, tenía un sentido corporal, una sensibilidad psicológica fuera de lo común. "Son treinta años compadre haciendo lo mismo", retrucaba a todos. Pero el director le conocía desde entonces y delante de todos los que le oían discordaba del alimentador. Comunicaba aquél que ya en el primero día de trabajo ya se le había notado al alimentador de peces el carácter típico de los seres altivos, muy expertos. De la nada su destino se desbravó ante sus ojos y todo se hizo muy claro. Al menos era lo que sus amigos pensaban. "Hay quienes cometan maldades, aquellos que no saben decir la verdad, quienes no sabes escoger sus amores; yo tengo mucha suerte pues siempre he sabido por donde tenía que dar los tiros", mencionaba el alimentador. El que lo confirmaba todo era el señor Albano. Austero, de piel muy morena, ojos verdes claros. Un hombre de sesenta tacos. Fumador compulsivo pero muy conservado para su edad, "será la piel morena", decía él mismo. Padre de cuatro hijas. De cierto modo muy afortunado. Salvo la mayor de las hijas todas las demás se han hecho doctoras (biólogas en verdad). La mayor se hizo profesora de educación física y se encontraba en Nepal. Las tres pequeñas vivían muy cerca de él. Viudo. Albano era el brazo derecho del alimentador de peces. Le proporcionaba energía, fuerza. "Somos hermanos de alma", solía decir a los funcionarios y a la gente que venía a verlos. Pues el ofício no era de los más complicados. "Alimentar a los peces y nada más", afirmaba. Pero en ello algo muy peculiar. La forma y el modo -como he dicho-. A menudo susurraba a los pececitos. Éstos -los peces- venían de muy lejos, de todos los lados. Poseían innumeras nacionalidades. Y a la edad de los cinco años ya empezaban su escuela. Era lo que hacía él. Dar clases de como vivir dignamente. Practicando el deporte, cuidando de la dieta, evitando conflictos seríisimos con los demás. Reunía niños y niñas del origen más diverso, huérfanos o no, y les traía una oportunidad de sentirse felices y parte de la vida (de la sociedad). "Alimentar peces". Ayudar a los niños desfavorecidos, "es lo mismo", decía. Lo que les damos ahora a éstos chicos les servirá para todo siempre. "Educad a los chavales y no necesitáis a punir a los hombres". "Las heridas de esta vida las quiero olvidar pero jamás a los niños". Formador de espírtus, alimentador de peces.
Treasure Hunter
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