01 agosto 2009

"Es posible que haya una revolución popular que nos lleve a todos a asumir el poder del Estado; o quizás no la haya, en cuyo caso simplemente apoyaremos a los que detentan el poder real: la comunidad de las finanzas. Pero estaremos haciendo los mismo: conducir a las masas estúpidas hacia un mundo en el que van a ser incapaces de comprender nada por sí mismas.

[Walter] Lippmann respaldó todo esto con una teoría bastante elaborada sobre la democracia progresiva, según la cual en una democracia con un funcionamiento adecuado hay distintas clases de ciudadanos. En primer lugar, los ciudadanos que asumen algún papel activo en cuestiones generales relativas al gobierno y la administración. Es la clase especializada, formada por personas que analizan, toman decisiones, ejecutan, controlan y dirigen los procesos que se dan en los sistemas ideológicos, económicos y políticos, y que constituyen, asimismo, un porcentaje pequeño de la población total. Por supuesto, todo aquel que ponga en circulación las ideas citadas es parte de este grupo selecto, en el cual se habla primordialmente acerca de qué hacer con aquellos otros, quienes, fuera del grupo pequeño y siendo la mayoría de la población, constituyen lo que Lippmann llamaba el rebaño desconcertado: hemos de protegernos de este rebaño desconcertado cuando brama y pisotea. Así pues, en una democracia se dan dos funciones: por un lado, la clase especializada, los hombres responsables, ejercen la función ejecutiva, lo que significa que piensan, entienden y planifican los intereses comunes; por otro, el rebaño desconcertado también con una función en la democracia, que, según Lippmann, consiste en ser espectadores en vez de miembros participantes de forma activa. Pero, dado que estamos hablando de una democracia, estos últimos llevan a término algo más que una función: de vez en cuando gozan del favor de liberarse de ciertas cargas en la persona de algún miembro de la clase especializada; en otras palabras, se les permite decir queremos que seas nuestro líder, o, mejor, queremos que tú seas nuestro líder, y todo ello porque estamos en una democracia y no en un estado totalitario. Pero una vez se han liberado de su carga y traspasado ésta a algún miembro de la clase especializada, se espera de ellos que se apoltronen y se conviertan en espectadores de la acción, no en participantes. Esto es lo que ocurre en una democracia que funciona como Dios manda.

Y la verdad es que hay una lógica detrás de todo eso. Hay incluso un principio moral del todo convincente: la gente es simplemente demasiado estúpida para comprender las cosas. Si los individuos trataran de participar en la gestión de los asuntos que les afectan o interesan, lo único que harían sería solo provocar líos, por lo que resultaría impropio e inmoral permitir que lo hicieran. Hay que domesticar al rebaño desconcertado, y no dejarle que brame y pisotee y destruya las cosas, lo cual viene a encerrar la misma lógica que dice que sería incorrecto dejar que un niño de tres años cruzara solo la calle. No damos a los niños de tres años este tipo de libertad porque partimos de la base de que no saben cómo utilizarla. Por lo mismo, no se da ninguna facilidad para que los individuos del rebaño desconcertado participen en la acción; solo causarían problemas.

Por ello, necesitamos algo que sirva para domesticar al rebaño perplejo; algo que viene a ser la nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación del consenso. Los medios de comunicación, las escuelas y la cultura popular tienen que estar divididos. La clase política y los responsables de tomar decisiones tienen que brindar algún sentido tolerable de realidad, aunque también tengan que inculcar las opiniones adecuadas. Aquí la premisa no declarada de forma explícita ―e incluso los hombres responsables tienen que darse cuenta de esto ellos solos― tiene que ver con la cuestión de cómo se llega a obtener la autoridad para tomar decisiones. Por supuesto, la forma de obtenerla es sirviendo a la gente que tiene el poder real, que no es otra que los dueños de la sociedad, es decir, un grupo bastante reducido. Si los miembros de la clase especializada pueden venir y decir Puedo ser útil a sus intereses, entonces pasan a formar parte del grupo ejecutivo. Y hay que quedarse callado y portarse bien, lo que significa que han de hacer lo posible para que penetren en ellos las creencias y doctrinas que servirán a los intereses de los dueños de la sociedad, de modo que, a menos que puedan ejercer con maestría esta autoformación, no formarán parte de la clase especializada. Así, tenemos un sistema educacional, de carácter privado, dirigido a los hombres responsables, a la clase especializada, que han de ser adoctrinados en profundidad acerca de los valores e intereses del poder real, y del nexo corporativo que este mantiene con el Estado y lo que ello representa. Si pueden conseguirlo, podrán pasar a formar parte de la clase especializada. Al resto del rebaño desconcertado básicamente habrá que distraerlo y hacer que dirija su atención a cualquier otra cosa. Que nadie se meta en líos. Habrá que asegurarse que permanecen todos en su función de espectadores de la acción, liberando su carga de vez en cuando en algún que otro líder de entre los que tienen a su disposición para elegir."

La democracia del espectador |Noam Chomsky| [fragmento]


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Las emociones propician los comportamientos éticos. Un nuevo estudio descubre que la reflexión nos hace menos altruistas Un equipo de psicólogos canadienses de la Universidad de Toronto ha descubierto a partir de una serie de experimentos que las decisiones más éticas se toman a partir de los sentimientos. Por el contrario, los procesos de deliberación parecen frenar los impulsos morales, propiciando que busquemos resultados tangibles en nuestras acciones y, por tanto, que seamos menos altruistas. Los resultados de estos experimentos contradicen las ideas de pensadores de todas las épocas, como Platón, que afirmaron que las decisiones morales eran fruto de la razón. Por Yaiza Martínez. Mentir o tratar bien a los demás

Según sugieren los investigadores en la revista Canada.com, este descubrimiento tendría implicaciones para casi todo, incluida la economía, dado que muchos de los modelos de negocio están basados en frías ecuaciones y análisis.

En una serie de experimentos, se pidió a los participantes que consideraran una decisión, bien racionalmente –ignorando sus emociones- bien en función de sus sentimientos más viscerales.

En ambos casos, las decisiones presentadas implicaban mentir o tratar bien a otra persona. El voluntario que tomaba las decisiones sabía que podría sacar algún beneficio a expensas del otro.

Los resultados fueron los siguientes: un 69% de los participantes que se detuvieron a pensar racionalmente optó por engañar a su compañero; mientras que sólo el 27% de los participantes a los que se pidió que actuaran siguiendo sólo sus sentimientos optaron por engañar en lugar de hacer el bien.

Altruismo y lenguaje

En un experimento aparte, a los participantes se les hicieron dos tipos de preguntas: “¿qué cantidad de dinero decidirían donar?” o “¿qué cantidad de dinero les gustaría donar?”, ante una misma situación altruista.

Según Zhong, esta ligera diferencia en la forma de preguntar, este pequeño cambio en el lenguaje, puso en marcha actitudes mentales diferentes, con resultados distintos: el grupo al que se le preguntó que “decidiera” cuánto dinero dar donó mucho menos dinero que el grupo que donó en función de sus propios deseos o sentimientos.

La conclusión extraída por los científicos es que los procesos de deliberación tienden a enfocar nuestros actos en la consecución de resultados tangibles, reduciendo tanto las emociones como la compasión.

A pesar de esta constatación, la investigación de Zhong y de su equipo reveló también que aunque pensamos que vamos a ser mejor tratados por aquéllos que se dejan llevar por sus emociones, paradójicamente tendemos a querer hacer negocios con personas racionales.

Así, cuando se les preguntó a los voluntarios a qué tipo de persona eligirían para participar en pruebas económicas, más de tres cuartos de ellos –un 75%- optaron por un compañero más “lógico”, en lugar de por un compañero instintivo.


fuente:http://www.tendencias21.net/Las-emociones-propician-los-comportamientos-eticos_a3460.html



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En un contexto creciente de urgencias prácticas, de conflictos sociales y catástrofes ecológicas, económicas y políticas, los distintos actores sociales toman posiciones que renuevan tensiones clásicas, a la vez que plantean problemas inéditos, frente a los cuales el despliegue de la razón instrumental, encarnada en el desarrollo acelerado de la ciencia y la tecnología resulta impotente.
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