
Desde el rincón de la cama donde me encontraba tumbado -y muy a gustito- se veía todo el encanto del mar. La oía decirme cosas hermosas y no tan hermosas. La oía decirme. Lo hermoso tocaba el cielo (hablaba de la naturaleza, de la vida). Lo no muy hermoso me llenaba el corazón de aire...no tan limpio (comentaba sobre los disabores de su vida, de su familia). Pero era importante oírla. "Si no nos ponemos a oír a la gente ¿¿para qué servimos??", me decía ella misma mientras respiraba unos segundos. Nos conocimos hace poco. "¿¿Sagitario??", me preguntó. A ti te conozco muy bien, quiso acojonarme. Al final entiendo que piensen de mi eso de la falta de paciencia -ya que sagitario- pero ojo vale la pena conocerme -le decía yo a ella bromeando-. Su edad ni de lejos le revelaba. Cambiante. Suprema. Niña pequeña, mujer madura. Su sonrisa traviesa me estremeció desde el primer día. "¡¡No he visto una sonrisa así en la vida!!", le dije para llamar su atención. No importa. Los caminos de la vida son así de curiosos. Hay de todo. Pero es verdad me resultaba super raro identificarme después de todo. En fin. En mi corazón la palabra despertaba y todo lo bueno volvía como un toque de mágica. "Es el pensamiento hijo", nos hablaba siempre su abuela. Mujer valiente -la abuela- vivió hasta los 95 años. Nos preparaba algo comer siempre cuando llegabamos a ver las pelis. Muy cariñosas. Las mujeres de esta familia son así. Bueno, las que conocí. Pues eso. Niña pequeña, mujer madura. Nos conocimos hace poco, hace nada. Pero hermoso. Intercambiamos planes, construimos ideas. Pero el mundo nos apartó por una temporada larga. Ahora nos toca otra vez. Pasamos juntos la luna llena. Y no hace mucho la escuché desde el rincón de la cama hablarme de las maravillas del mar.
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